Eran las 10 p.m. la noche era demasiado joven para él, ¿quién podría olvidarse de ese sujeto?, un metro noventa, enérgico, un tanto misterioso pero sólo por la diversión de ver las reacciones ajenas, era bastante extremista, en ocasiones que consideraba poco importantes solía vestirse con desgano, para ocasiones especiales (Como ese día) tenía planeado vestirse con lo mejor que disponía y consideraba lo más apropiado, una cazadora de cuero, pantalones vaqueros, botines, camisa negra y unos lentes de sol. Se dispuso a salir temprano, a las 12 del día 2 de Noviembre, el clima le fue favorable, nublado, justo como odiaba el día pero su ropa de estrella de rock sería insoportable en un día soleado, caminaba sin rumbo como hace ya tiempo, de vez en vez tenía dudas sobre todo, la mayor duda siempre era ¿realmente actuaba así porque quería o era sólo otra forma implantada que aceptaba como realidad?, se levantó, al fin había llegado, todavía tenía en mente la ilusión de casarse y vestirse de 3 maneras que considerase excelentes ese mismo día. Ese lugar era extraño, estaba rodeado de la sociedad diurna, hipócrita y egoísta, ningún vagabundo a la vista, ningún ladrón, bastante gente con cuerpos hermosos, pero llenos de putrefacción que trae el culto al cuerpo, la carrera de mantenerse ahí, siempre como ayer, siempre jóvenes, siempre inertes. Soportaba comprender su situación gracias al paisaje que formaba la Alameda Central, llegaban a su mente las primeras partes de esa canción “La anticipación tiene el vicio de preparartepara la decepción en el entretenimiento nocturno”. Jamás había estado tan dispuesto como ese día a disfrutar la vida nocturna con la que se sentía tan identificado. Disfrutaba de ver a los jóvenes amantes o pretendientes pasear felizmente como en una burbuja y a los otros observaba cómo los rechazaban o les daban una oportunidad de conocerse aunque sea por escrito ya que llegaban tarde, siempre iban con prisa, intentando alcanzar algo, cuando lo alcanzaban necesitaban otra cosa, no eran más que coleccionistas de sensaciones. Él había sido muy parecido a ellos, hasta que ese vacío que dejaba la compañía de todos, esa opresión en su pecho al correr lo que para cualquiera sería algo apenas agitador, todos sus defectos se tragaron su vida un día normal y decidió cambiar, no volvería a su antigua vida. Conforme recorría el parque se detenía a escuchar algunos elogios, “qué raro, en dos décadas nada parecido me había sucedido” pensó. Una que otra chica arriesgada tomaba la iniciativa, él estaba demasiado concentrado en lo que haría antes de que el sol se pusiera, se detuvo frente al Palacio de Bellas Artes y unos jóvenes músicos se le acercaron y lo retaron a tocar, -¿Cómo un reto?, la música es un arte, no una especie de competencia. Los jóvenes no escucharon y tocaron notas vacías a una velocidad vertiginosa, él tocó un par de acordes, cantó con aquello que nunca demostró hacia nadie, sentimiento, esos jóvenes dieron media vuelta y como cortejo fúnebre regresaban sus pasos. Ése sujeto se había vuelto interesante, reservado, músico y se arreglaba de forma interesante, las féminas se habían vuelto locas por él, muchas caminaron a su lado y conforme hacía la misma pregunta a cada una, cada una se rezagó hasta que caminó sólo de nuevo, ahora eran las 3 p.m. decidió dar un recorrido por las calles y rentó un apartamento en Tlatelolco, se desnudó ahí dentro disfrutando de nada exactamente, hizo ejercicio y durmió unas horas. Despertó a las 6:30 p.m. se bañó, se vistió y comenzó a disfrutar, la creciente obscuridad de la ciudad lo hacía sentirse en casa, los vagabundos, las prostitutas, los criminales de oficio y los drogadictos, “esta es la verdadera cara de la ciudad, es la verdad del mundo” se dijo mientras paseaba. Encendió un cigarrillo para calmar los nervios de tener todo el poder hasta el hartazgo, lo apagó y se encendió su espíritu, ese vigor y esos bríos propios de la juventud y comenzó a pensar de sobre cómo algún día todo lo bello que podía poseer se marchitaría y cómo su cuerpo dejaría de ser un medio para convertirse en una cárcel entonces recordó lo corto que era su tiempo en este lugar y lo limitado que estaba porque estaba vivo, decidió no ahondar en sus cavilaciones y emprendió el camino hacia la primera parada, el bar. Bebió lo suficiente como para sentir que el suelo no estaba fijo, no quería olvidar, quería que esa noche quedara en la memoria de todos por mucho tiempo, se subió al pequeño escenario del bar y tocó hasta sentir cada fibra de su ser fusionarse con esas vibraciones en el aire, no importaba la admiración, no importaban las limitaciones, nada era real, sólo todos y el todo uniéndose en un vaivén de notas, cuando terminó el espectáculo se retiró a preguntar lo mismo a todos, tres horas y media preguntó a cuanta persona se le puso enfrente y todas las respuestas eran similares, buscaba compañía para el día que decidió sería el último de su existencia y finalmente se dijo: “Estúpido”, volteó a la derecha “Estúpido” se repetía “¿Cómo pude pensar en encontrar alguien en el último día de mi vida?”, temblaba de dolor y sufrió una hora, poco importaba desperdiciar el tiempo, era el último día. Caminó, continuó sus desfiguros y preguntas en cada punto que pudo, se ganó la admiración de propios y extraños, rumbo a las cinco de la mañana se recostó sobre el asfalto, se cubrió con un cartón y murió, dejó que todo lo negativo destruyera su ser y se refirió a sí mismo una última vez “El sufrimiento puede ser tan adictivo”. Amaneció el tres de noviembre, un día excepcional, hace dos horas falleció el individuo más admirado que halla pisado el Distrito Federal, murió y dio paso al nacimiento de un humano y mientras todo esto sucedía, alrededor de setecientas mil personas desperdiciaban su vida encontrando un nuevo vicio, hartándose de los adquiridos, otros miles de millones más morían, morían lentamente sin la oportunidad de jamás tener un sufrimiento tan estúpido como la ausencia de alguien, sufrían, ni siquiera sabían lo que era el hambre pues jamás sintieron la saciedad, trabajaban para otros que jamás iban a conocer ni interesarse en quienes eran. Ese día se unió a una guerra, una guerra de unos cuantos contra siete billones, alguien en la calle le hizo la misma pregunta que le hizo a todos el día anterior, respondió “Lo haré aunque me mate” y aquél extraño sólo sonrió. Había encontrado un compañero, de repente el mundo no estaba tan hueco, no era una vorágine aniquiladora, sin embargo ambos lo sabían y establecieron su pacto suicida basado en esa única pregunta: ¿Seguirás siendo tú mismo el día de mañana?